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EL VINO QUE BEBE LA TIERRA

   
Por Ameyalli Ramos
 
 

Lámina del Códice Durán, 1499
Representa la inauguración del acueducto de Ahuizotl

Manantial (aljibe) Hueytlilatl, 1951
(Las grandes aguas negras)
Fotografía: César Lizardi Ramos
AMHCPBC

 
 

Si atizamos el oído, escucharemos a Chalchihuitlicue, que desde el inframundo, junto con Tlaloc, gritan quejosos, pues las ansias de ciudad han secado a estos pedregales, donde hace siglos, el volcán Xitle derramó su lava y permitió la formación de numerosos manantiales que hicieron crecer la vida y paisajes envidiables en el señorío de Coyohuacan.

Según la leyenda, el más famoso de sus manantiales, el Acuecuexco, despertó el deseo del tlatoani Ahuizotl por ver correr este manantial sobre su reinado, Tenochtitlan, lo que provocó la destructiva inundación de aquella gran ciudad en 1499. Hecho que Tzutzuma, señor de Coyohuacan, había profetizado antes de morir por órden de Ahuizótl, pues según él, aquellas aguas “de cuando en cuando rebosan y salen de la madre”.

De entre las piedras de Los Reyes, nació también el Hueytlilatl, donde brotaban “las grandes aguas negras”, tan distintas de las que ahora conocemos, llamadas así por la tonalidad que les regalaban las piedras volcánicas; estas aguas de oscuro color fueron escenario de las zambullidas rituales hechas por sacerdotes indígenas.

Así la lista sigue, cada ojo de agua de los más de diez que aquí había era conocido por los pueblos testigos, que durante muchos años estrecharon su labor al agua corriente: el riego, los alimentos, la floricultura y el consumo personal, eran abastecidos por estos manantiales.

 
   
   
   
   
 

 

          Por Ameyalli Ramos