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CURANDERO, OFICIO DIFÍCIL DE NOMBRAR    
Por Pablo Correa
 
 

Al corazón del barrio “La Candelaria” o “La Cande”, como le llaman, llega una mujer embarazada y de maternidad primeriza.
Se recuesta sobre una cama localizada bajo una escalera que lleva al piso de arriba. Don Arnulfo pregunta a la joven el tiempo que tiene de embarazo, mientras a poco más de un metro de distancia se encuentra el inmaduro marido, que observa con una obsesiva desconfianza. Ella responde que son 8 meses los que lleva preñada. Don Arnulfo recula, con la seguridad que dan los 57 años que tiene en su oficio: “tienes 7 meses y medio”, dice tajante. Después echa sobre la mujer una sábana blanca y le dice que se descubra el vientre. El esposo hace un intento inútil por pararse, pero se contiene por si mismo,  algo le murmura su mujer con la mirada porque se calma. Don Arnulfo se unta una pomada y con las manos debajo de la sábana, soba e intenta comprender, al mismo tiempo mira la pared con mucha concentración. El niño viene volteado.

Proveniente del estado de Hidalgo, llegó a la ciudad hace más de 50 años. Luego de vivir temporalmente en varias colonias de la Ciudad de México, se estableció en el barrio de La Candelaria en Coyoacán, uno de los contados pueblos que no se ha comido la ciudad. El conocimiento lo aprendió de sus abuelos y padres: “es algo que se hereda”, dice con orgullo. Desde muy pequeño comenzó a curar: “Toda mi vida he curado, comencé a aprender desde que tenía cinco años”. Sabe de la dificultad de nombrar a su oficio, pues cura huesos, problemas musculares y a veces va más allá. Su conocimiento sobre medicina tradicional, lo ha nutrido con textos científicos de medicina. Conoce cada hueso, músculo y peso de los órganos internos del cuerpo humano.

Es un reducido espacio donde acoge y atiende a sus pacientes, a la entrada mantiene un altar con imágenes religiosas, que en su mayoría le han sido dadas por personas a las que ha curado, siempre en agradecimiento al trabajo que hace. En otra pared están los reconocimientos y diplomas que ha merecido.
Le llevó 20 años acreditarse como masajista, y 22 como preparador físico. Como novel masajista, en 1964, vivió junto con el club Cruz Azul  el ascenso a la primera división. Es a la máquina a la que profesa su devoción, en el entendido apasionado de que el futbol es una religión.

El de curandero, oficio de don Arnulfo, es uno muy difícil de nombrar. Sobre todo en la ciudad donde el que cura, tiene como paño una gran cantidad de charlatanes que han trastornado este quehacer de la vida. “El que es curandero debe estar centrado en lo que está haciendo, te debe gustar. Debemos ser honestos, y antes de poner la mano a una persona, debemos saber si podemos ayudarla”, expresa don Arnulfo. “En este mundo, cada quien tenemos un don y una función”, lo va diciendo como retratando el orden del caos.

Se dispone  a cambiar al niño de posición. Ahora está maniobrando para acomodarlo, es evidente la fuerza que hace en la panza de la embarazada. Las manos de don Arnulfo son ligeras y la joven no muestra ni el más leve indicio de dolor. Pasa uno, o quizásun poco más del minuto mientras dura la maniobra.
Con evidente alegría le dice a la madre que ya está acomodado. Ahora esta tomándole el pulso al niño en germen. Hace a continuación lo mismo con la joven. En todo momento don Arnulfo otorga signos de paternidad.  Le dice a la primeriza que use ropa holgada para que el niño tenga libertad de movimiento. “Cuando sea el momento no tengas miedo, cuenta el tiempo y ritmo de tus dolores”, le aconseja. 

La muchacha  se levanta  y luce diferente, tiene el vientre más prominente. Ella lo exhorta a que lo mire, agrega que está sobresaltado. Inmediatamente se despide y llama al que sigue. Sigo yo, que ya olvidé de qué me va a curar.

   
 
 
 
 
 
          Pablo Correa