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A UNA CAIDA

Por Pablo Correa

Me enteré hace poco de que atrás del mercado hay un gimnasio donde se practica la lucha libre. Está escondido, y se encuentra detrás del mercado que lleva el nombre de un gran guerrero, Moctezuma. Es el gimnasio Ajusco donde se encuentra un cuadrilátero que cobija a   hombres combativos. Sin lograr verlo pude escuchar los lonazos de alguien que caía.

Buscaba a tres hermanos luchadores. Había 12 personas en el encordado, que al contrario de cuando se mira por la tele, parece imponente. En ese momento no perdí la oportunidad de tocar la lona, que mostraba al tacto su dureza. Algún alumno caía disparejamente con su espalda, su gesto de dolor simultáneamente provocó en el espectador otro, este más bien de  comprensión.

No sólo encontré a los hermanos sino a otros luchadores que demostraron que las cosas no son fáciles arriba. Y si hay quien no crea, pregúntenle a Blade, quien siendo novato enfrentó a Canek en lo que fue su lucha más difícil. “Fue bastante sangrienta, yo apenas era un novato, me lesionó, me abrió la cabeza, fue muy duro para mi, estuve una semana recuperándome”.  O por ejemplo a Dick Ángelo, quien tiene un cuerpo con una gran cantidad de estragos: cartílagos que truenan al realizar un movimiento y las uniones de sus huesos  soldadas infinidad de veces, víctimas de 35 años de lucha.

En la práctica del pancracio se enseña una rutina. Los luchadores son sabedores de las llaves que les son aplicadas. Conocen cómo romper los candados de los que son cautivos. Existe cierta complicidad entre ellos. Por eso la lucha libre es un lenguaje; un  difícil lenguaje  que requiere de mucho esfuerzo siquiera para balbucearlo. Existen dos papeles principales: protagonista y antagonista, uno rudo y otro técnico. Así lo explica Asasel, quien pertenece al lado oscuro: “la lucha libre es el bien y el mal, lo mismo pasa en la calle, hay alguien que es bueno hay alguien que es malo, es un parodia de la vida”. Pero para poder luchar de cualquier bando es necesario conocer el otro, es un requisito para hablar este lenguaje. Es una capacidad camaleónica que tienen los luchadores, la de verse en el otro.

En el entrenamiento los luchadores lucen más relajados, con cierta obediencia y sumisión ante sus compañeros. Cuando los tres hermanos bajaron del ring para platicar, sonaron muy normales, con cierta docilidad. ¿Será que están cansados? No, puedo responder al presente con seguridad. Porque ahora, tiempo después, que vuelvo a verlos, Vángellys con su traje de lucha, El Gangster y  Black Lord con máscaras, también me parecen otros; lucen más altos, soberbios, sus voces suenan más robustas, ahora resultan incomparables, como si se dirigiesen a una lucha.

Se dice que la lucha libre es un teatro y hay algo de razón en ello. Un teatro donde cada quien conoce su papel; en el que la inteligencia, las lesiones, el dolor y el cansancio de donde se origina el ganador, no están en el guión. Los luchadores son personas comunes disfrazadas de héroes, participantes de verdaderas batallas. Quien no lo crea está invitado a una sola caída en el duro tapiz.