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LOS RÍOS OCULTOS

Por Juan Villoro

Villoro es vecino coyoacanense, escritor,

premio Xavier Villaurrutia 1999 y seguidor del Necaxa.

Hoy regala estas nostálgicas líneas a los lectores de El Coyote.

 

Cuando Jorge Ibargüengoitia se mudó a Coyoacán se entusiasmó con los ríos malolientes que ahuyentaban a los visitantes y le daban al barrio un aire campirano. A nadie se le ocurría entonces que pudiera tratarse de un sitio turístico. Las casonas coloniales carecían de prestigio y el resto de la ciudad no se había deteriorado lo suficiente para que la zona destacara por contraste.
Sin ser una Mesopotamia, Coyoacán fue un lugar entre ríos, según podemos advertir cuando las lluvias hacen que Río Churubusco recupere su cauce original.

Junto a los Viveros se conserva un exiguo vestigio natural: más que un río es una zanja mojada donde corren las ratas. De modo trágico, la ciudad perdió el lago y ahora es amenazada por inundaciones. Con base en una idea de Nabor Carrillo, los arquitectos Alberto Kalach y Teodoro González de León han propuesto recuperar la ciudad lacustre. Como ya es imposible anegar colonias donde antes hubo agua, el lago se tendría que construir en la periferia. Aun así, serviría para recibir el deshielo de los volcanes, atemperar el clima y mejorar nuestro carácter. Esto generaría la extraña ilusión de ser pioneros de un sitio ya habitado. Por desgracia, el alcance del proyecto parece tan fantástico que los políticos han preferido tomarlo como una quimera.

Los ríos fluyen en el tiempo, incluso el nuestro, que apenas existe. La idea de recuperarlo es digna de Fourier, el utopista que prometió un mar con sabor a limonada. Si sus aguas vuelven a correr, podríamos soñar con un lago futuro.