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SOLILOQUIO MOTOTECA

Por Omar Escobedo

“…un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas.” Cortázar

Ocho de la mañana de un domingo cualquiera, es un buen día para rodar. Desde muy temprano la loquera de correr y colarme a la autopista me anda rondando la cabez

Me resulta fascinante prender la máquina,  experimento ansiedad mezclada con una segregación extraña, siempre es como la primera vez, la vibración me llena de tranquilidad.

Los domingos se disfruta una mañana descongestionada de autos, tomo  la carretera libre a Cuernavaca, mientras conduzco no dudo en encontrarme a algún amigo o a un grupo de un  moto club, pero eso es lo de menos, mi primer objetivo es llegar al punto donde puedo evadir la ley y me concentro en eso.

Después de media hora llego al lugar donde cometer el brinco, en el límite  me detengo un instante para ver si no hay polis, cuando siento que es el momento, un cosquilleo sutil empieza a circular por todo el cuerpo y me pone alerta. Cruzo la zanja que me separa de la carretera de cobro, me alejo  lo más aprisa posible, siempre mirando por el retrovisor y al frente por si no viene la tira. Estaré seguro cuando pase el puente.

Si salgo a la carretera experimento emociones que se disparan de manera espontánea, primero la adrenalina que nunca falta y mantiene el acelerador a fondo, después, si la autopista está vacía siento miedo, pánico de no ver gente a mi alrededor. Cuando estas dos sensaciones se mezclan es el momento de precipitar  la velocidad, imagino que alguien me alcanza en un auto y me mata, “es tan intensa  la libertad que me siento solo y desprotegido”. Sé que controlando todas estas emociones estaré seguro de mi euforia

Llego a Tres Marías, me tranquilizo,  aparco en un lugar lejos de de los motociclistas presumidos, me quito el casco y siento como si me quitara todo el peso del agotador trabajo de la semana, se me olvida todo. Compro algo de comer y tomo un café, sólo disfruto del ambiente y poco a poco me siento en paz.
El regreso es  más quieto pero siempre con cuidado de los otros motociclistas, la carretera es un espacio sin ley.
Ya en casa, guardo la moto, me doy un baño y antes de dormir recuerdo las palabras de un viejo amigo que decía: “Gabriel, esta pinche moto sí corre, pero lo que te hace falta son huevos”. La próxima semana tal vez.