Portando una herencia venida del mar, nació esta historia. Hace más de cincuenta años se inventaron las primeras tablas de surf para tierra, las ruedas de patines sirvieron para sostener una pequeña tabla de madera y rodar colina abajo. El ingenio no tardó, alguien se atrevió a crear el ollie y al dar este primer salto sobre la tabla, “abrió un mundo de posibilidades”. A saber si en ese entonces, supieron que por pasar del agua a la tierra, terminarían en el aire.

La otra historia, la suya, comenzaron a escribirla cuando tenían quince o dieciséis años, entonces hicieron del skateboarding “una forma alternativa de vivir”; ellos son Polo, Cristian, Happy y Calavera. Cada tarde, mientras practican nuevos trucos y perfeccionan los más básicos, pelean con disciplina el derecho a experimentar “esa sensación de libertad, esos dos segunditos que estás en el aire” y que, según labios de Polo, “te cambian todo, cuando estás allá arriba”.

A ellos les gusta mezclar esta emoción con música y aseguran, que a veces, hasta el ritmo combina con sus giros; ya que nace la inspiración, basta flexionar las rodillas y mantener el equilibrio para no caer, es ahí cuando dejan la tierra, sus brazos se abren y por un instante se convierten en aves que ruedan sobre madera maple.

Muchos son los ojos que miran con desapruebo, los bautizan como vagos, drogadictos e irresponsables, pero ningún juicio ajeno los detiene, eligieron esa vida que sin tregua “confronta lo establecido”. Llenan el verbo vivir sobre una tabla, con el placer constante de superar sus propias barreras. Los otros pueden decir lo que quieran, “yo, pura felicidad”, dice Happy, y una risa le continúa.

Hasta ahora ninguno de ellos ha pensado en su actividad como negocio, todos lo hacen porque no pueden vivir de otra forma; no tienen un espacio fijo, van del deportivo Emiliano Zapata, al Ajusco, de Coyoacán a donde sea, siempre y cuando conserven su libertad y la estética natural que cada uno posee e imprime en la tarea diaria de aprender a volar.