EL PASO, SU HISTORIA |
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Por Adriana Juan |
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Siete de la mañana, hace frío, un puesto rojo ofrece el néctar de naranjas verdes y amarillas en la esquina de Ahuanusco y Anacahuita. Oficinistas, niños, estudiantes, obreros y comerciantes sortean el changarro para entrar a un estrecho corredor. Los compromisos deben esperar, la cantidad de gente que transita impide acelerar el paso. Hay tiempo de sobra para observar la expresión de hastío en los rostros. |
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“Pasábamos por una cocina, había una mesita, un anafre y unos trastes colgados de las paredes de cartón, a veces estaban comiendo”, narra don Carmelo Cortés, vecino fundador de la colonia. Había dos opciones, media hora de camino –hasta la cuchilla de Coacoyunga y Delfín Madrigal- o brincar las tablas y el muro. |
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Después llegó el Metro. La señora Leonor recuerda perfectamente el día en que la estación Universidad se inauguró, 30 de agosto de 1983, pues ese mismo día falleció su marido de cirrosis. Leonor trató de convencerlo que se levantara de la cama para ir a la inauguración, pero nunca lo consiguió. |
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En 1988, por un acuerdo con la Delegación, fue acondicionado y arreglado El Paso como se conoce actualmente. Después se puso una cámara que lo vigila todo el día. Hoy es acompañado por negocios fijos y ambulantes, por taxis y combis, por el correr del tiempo. |
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El Paso se ha convertido en una estrecha boca de concreto que se abre entre adoquines rojos y se extiende a nuestros pies, para que miles de personas sean devoradas por el mundo de asfalto en lo que un día fuese un eterno pedregal |