LA NIÑA DEL PANTEÓN | ||
Por Luis Vilchis |
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Aún cuando los años opaquen el recuerdo, todos fuimos niños alguna vez, y sin lugar a dudas nuestra memoria destella tenues rayos del brillo de aquella época en la que descubrir el mundo descifrando la trama de las relaciones humanas lo era todo |
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Esos días en los que tus mayores preocupaciones eran saber si los Reyes Magos serían generosos contigo y descubrir con sorpresa la benevolencia dibujada en sus presentes, generó uno de tantos recuerdos que hoy te acompañan, como aquél lugar donde vivías |
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Sitios tan variados y a veces poco comunes como el hogar de la pequeña Belén, niña del pueblo de San Francisco Culhuacán, que hace su vida sin más contratiempos que los de cualquier chica a los 8 años. |
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Comienza su día temprano, preparándose para estar en la escuela antes de que suene el timbre. Cursa el tercer año de primaria, su materia preferida es Español por su gusto a la lectura. Después de seis horas de letras, risas y números sabe que su mamá la espera en la puerta de la escuela para ir a casa. |
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Si al final de sus labores no hay más en la tele, sale a ver a sus mascotas. Cucú la paloma mensajera, su pata Daisy, la perrita Chuly y sus gatos, los cuales hace algunos años llegaron a ser más de 50 y de los que hoy sólo tiene una docena que ella misma les ha escogido el nombre. La hora de la comida para estos compañeros de juego comienza con pequeños silbidos que como un imán los atrae a platos repletos con alimento para gato, que pata y perra devoran también. |
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Acostumbrada a la gran concurrencia en su casa, aunque no siempre las visitas sean para ella, sigue junto a Chuly corriendo entre la gente que con flores y veladoras camina hacia las tumbas en el panteón de Culhuacán, donde desde hace 3 años Maria Belén Bermúdez Chávez llegó a vivir junto con su mamá. |
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El día que se enteró que a su mamá le habían dado el trabajo de cuidar el panteón le dijo que prefería quedarse a vivir en la calle. Su madre la convenció de que “hay que tenerle más miedo a los vivos que a los muertos”, y ahora aquí está, con sus mascotas y juegos entre las tumbas |
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Belén vive libre entre flores y cruces, aquí es su hogar, pero no falta la persona que vaya a tirar alguna cosa extraña por el lugar y para evitar enfermedades “mi mamá no me deja andar sola hasta allá atrás, señalando el fondo del panteón, por que me puede dar aire”. |
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“El primer día que llegué aquí me metí corriendo y me subí a la cama”, no quería salir porque pensaba que la podían espantar, pero en todo el tiempo que ha vivido en el panteón sólo una vez ha escuchado cosas por la noche, “una vez mi mamá y yo estábamos solas y escuchamos como que arrastraban botes, pensamos que eran los borrachos, porque antes se juntaban muchos aquí, pero como no se callaban mi mamá salio y les gritó de groserías y ya no se oyó nada”. Desde ese día nunca más le ha pasado nada raro. Ahora también le ayuda a su mamá con el panteón. Los días que hay difunto da la llamada con la campana de la entrada para recibir a las personas. |
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Con el caer de las hojas del calendario, el hogar de la infancia ha dejado en Belén un álbum infinito de recuerdos guardados con ternura sobre la tierra sagrada, donde yacen los cuerpos sin alma. |